viernes, 4 de mayo de 2012

Ajuste de cuentas

El tintineo de las llaves, el crujido de la madera, en perfecta sinfonía con los pasos cada vez más cercanos, el sonido sordo de la cerradura al abrirse, la puerta oxidada chirriando, como si estuviese haciendo muecas de dolor con cada centímetro que la empujan. Luego, más pasos. Sabes que no deberías asustarte, que tu mente cuerda y coherente debería seguir firme. Sabes todo eso, pero hay algo inherente en todo eso. Un cubículo irracional que trata de abrirse paso a zancadas al grito de: "sálvese quien pueda". Al final, escapa a tu control. Tu pulso se acelera, casi puedes notar la sangre pasar a toda velocidad por tus venas. Empiezas a sudar, se te hace un nudo en la garganta, dejándote mudo. Abres una botella de bourbon, alcanzas un vaso y te sirves una copa. La bebes de un trago. Cuesta, pero parece que eso te calma. La madera sigue crujiendo, cada vez más cercana. Sirves otra copa y te dejas caer en tu butaca. Es una butaca de cuero ocre, desgastada por el paso de los años, signo de haber sobrevivido a varias generaciones. En realidad en toda la casa se respira ese aroma. Lo detectas desde el momento en el que cruzas el umbral. También se nota algo más, pero debes agudizar tus sentidos para poder vislumbrarlo. Tienes que entrar en comunión con la habitación para detectarlo. Es casi como una visión onírica de las experiencias que se han vivido allí. Un chasquido, sobresalto. Levantas la mirada, al tiempo que una gabardina asoma por el marco de la puerta. Un brillo metálico asoma en una de las mangas. Aflojas el nudo de la corbata. Dejas caer el vaso, que se rompe en mil pedazos con el contacto del suelo. Te levantas, asustado pero con firmeza. Esa firmeza que te dan irracionalmente las situaciones en las que sabes que estás jodido. Pisas los restos del vaso, el sonido resona en las paredes. Levantas la mirada, con decisión, porque tu mente finalmente ha ganado el control de tu cuerpo, porque al menos, esa batalla la tienes ganada y te enorgulleces de ello. Tus labios se levantan levemente, describiendo una débil sonrisa. En realidad, sabes que más que una sonrisa es una mueca desafiante, mordaz. Te quitas la americana. No quieres estropearla. Desabrochas los botones de la camisa, y te la remangas. De repente, un chasquido en el otro lado de la casa. La gabardina se mueve, vacilante. Sabes que es tu momento. Te armas de valor y te lanzas hacia tu destino, con tu mueca de desafío. Porque al menos, eso no te lo podrán quitar nunca.

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